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jueves, 20 de diciembre de 2012

Especial: Peliculas apocalipticas


De las pandemias a los miedos nucleares, del terror desconocido al conocido que deviene amenaza. El mundo contemporáneo no se entiende sin los miedos inherentes al hombre y a las sociedades que, en momentos dados de la historia, se han enfrentado al horror de precipitarse hacia la extinción. El Apocalipsis bíblico ha tomado a lo largo de los siglos diferentes formas, narraciones del fin del mundo heredadas y reinventadas, transmitidas a través de la cultura escrita y visual. En su representación a través de la imagen, el cine es ese lienzo que ofrece las mayores posibilidades para recrearse en esos puntos finales magníficos, a menudo terribles, alguna vez divertidos, casi siempre desoladores. Repasamos a continuación algunas de las mejores muestras del género apocalíptico en sus muchas y destructivas vertientes.



“¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú” (Stanley Kubrick, 1964). Uno de los grandes títulos de Stanley Kubrick, “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú” sintetizaba en el genio camaleónico de Peter Sellers —en la memoria, la conversación con el teléfono rojo del presidente Merkin Muffley o el mecánico saludo nazi del Dr. Strangelove— y tres decorados —entre ellos, la célebre Sala de Guerra— toda la angustia de un mundo bipolar y al borde del abismo nuclear. La Guerra Fría interpretada en clave de parodia asfixiante, rematada en su desasosegante final con la icónica imagen de Sim Pickens cabalgando un misil en caída libre.



“Akira” (Katsuhiro Ôtomo, 1988). Si hay una película que capta bien la desintegración de una civilización esa es, sin duda, “Akira”. A partir de su propio manga, Katsuhiro Ôtomo habló de un Apocalipsis detonado por adolescentes excluidos, iracundos y con incontrolables poderes en sus manos. Mejor dicho, se trataba de un segundo Apocalipsis, activando así la turbadora reflexión de una sociedad abocada de nuevo a una debacle ya conocida, aquí canalizada en el cáncer de la violencia y la muerte en las calles —puntuada por la banda sonora de percusión desbocada y gritos asmáticos de Geinoh Yamashirogumi— o el acaecimiento de una dictadura militar. Todo, para desembocar en uno de los finales más enloquecidos, salvajes e inolvidables del cine en general y el anime en particular.



“Sacrificio” (Andréi Tarkovsky, 1986). Es difícil encontrar una película más hermosa, delicada e hipnótica que la obra póstuma del maestro Tarkovsky. El último aliento del cineasta fue para construir una catedral pictórica, hecha de planos secuencias de exultante belleza y prolongados hasta la práctica desaparición del montaje, iluminados con imposible precisión por Sven Nykvist, director de fotografía de Ingmar Bergman. En ella, su protagonista Alexander (Erland Josephson) hacía un pacto con Dios ante el inminente final de todo —esto es, la Tercera Guerra Mundial—, el sacrificio titular con el que darle a su hijo y familia un futuro. “Sacrificio” era, además, una despedida que volvía a los temas del cineasta con exquisita lucidez, una sabiduría serena que alcanzaba su clímax en un final conmovedor y lleno de luz que acariciaba un aria de su adorado Bach.



“Melancolía” (Lars von Trier, 2011). Película desesperanzada y doloroso estudio humano en las últimas horas de la Tierra antes de que el planeta Melancolía haga colisión con ella. Dos hermanas, Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg), dos maneras de inscribirse en la realidad y dos formas de enfrentarse a la destrucción total: la primera instintiva, animal e incomprensible a ojos de una sociedad reglada, pero también serena llegado el momento terminal; la segunda, adaptada y desconectada de la naturaleza frágil, efímera de las cosas, incapaz de asumir la caducidad de éstas. “Melancolía” es uno de los mejores trabajos de Von Trier, una cinta de fatídico efecto en el ánimo e indeleble hipnosis visual, recorrida con insistencia por el preludio de “Tristan e Isolda” de Richard Wagner, e inaugurada por un magistral prólogo a cámara lenta que anuncia el fin del mundo a través de tableaux vivants sobre Brueghel o John Everett Millais.



“Take shelter” (Jeff Nichols, 2011). En su magnífico debut tras la cámara, Jeff Nichols proponía un thriller psicológico en el que su protagonista (Michael Shannon) veía venir una tormenta apocalíptica. El gran logro de “Take shelter” era conseguir trasladar al espectador la inestabilidad mental del personaje, atormentado por tremebundas pesadillas que anuncian el fin del mundo, pero que además lo sumergen en una terrible crisis en su relación con una realidad que ni siquiera llega a intuir su propia fragilidad. Memorable Michael Shannon en cada gesto, cada duda sobre su cercanía a la demencia. Inolvidable su final apoteósico frente a la playa, una revelación definitiva ante la que resulta muy difícil no sentirse apabullado.



“Terminator 2: El juicio final” (James Cameron, 1991). Una de las ficciones pre-apocalípticas por excelencia, la saga “Terminator” siempre se desarrolló en torno al episodio central en que Skynet encabezaba una revolución de las máquinas —en ese motivo, guarda ciertas similitudes argumentales con la saga “Matrix”— y una gigantesca deflagración borraba casi todo rastro de la especie humana sobre la faz del planeta. Ese pasaje tomaba forma en la pesadilla de Sarah Connor (Linda Hamilton) en esta segunda entrega, una espeluznante secuencia en medio de una película repleta de acción prodigiosa, con los roles reinventados marca de James Cameron y un hiperbólico villano —otra característica habitual del director— perfectamente ejecutado por Robert Patrick.



“Mad Max 2, el guerrero de la carretera” (George Miller, 1981). La segunda y mejor de las entregas de la trilogía de George Miller era también aquella en la que mejor se veían las consecuencias de un Apocalipsis rodado en el desierto australiano. En ese paisaje devastado, Mel Gibson ayudaba a una colonia de supervivientes a repeler los ataques de violentas bandas que recorrían las carreteras saqueando y en busca de gasolina, el bien más preciado de ese futuro post-nuclear. En la memoria, la estética de cuero, basura, punk y vehículos destartalados en el outback, pero también una apoteósica persecución final que, sin duda, se cuenta entre las mejores del cine.



“Hijos de los hombres” (Alfonso Cuarón, 2006). En el desolador futuro creado por el novelista P.D. James, los niños habían dejado de nacer y el mundo moría entre guerras y atentados. La persona más joven del planeta había sido asesinada, y en medio de ese tremebundo panorama, un desencantado Theo Faron (Clive Owen) se acababa convirtiendo en casual ángel de la guarda de una última esperanza: una mujer embarazada a la que tenía que mantener a salvo entre zonas de guerra, ejecuciones y muerte por doquier. Cuarón tradujo las páginas de James en una filigrana cinematográfica que entendía el plano secuencia como unidad gramatical, un tour de force angustioso y espectacular que tampoco esquivaba el deleite en su —extraordinaria— capacidad para el virtuosismo.



“El incidente” (M. Night Shyamalan, 2008). Apocalipsis silencioso, invisible que llega con el viento. En “El incidente”, era la naturaleza la que ponía punto y final a una normalidad en la que el ser humano tenía el control sobre el paisaje. Hablamos de uno de los mejores títulos de la filmografía de M. Night Shyamalan, una película que conseguía imágenes de gran impacto —los suicidios en masa, la escena del zoo— y que filtraba bajo la piel del espectador un terror nacido de nada más que la precisa puesta en escena del director, miedo que también contenía una conclusión feliz solo en apariencia.



“Cuando el viento sopla” (Jimmy T. Murakami, 1986). Una pareja de ancianos en la Inglaterra rural. Ellos son Jim y Hilda Boggs. Son patrióticos, ingenuos y tienen una fe ciega en el gobierno de su país. Cuando estalla la guerra nuclear, siguen las instrucciones oficiales y construyen un refugio para protegerse de los posibles efectos de la bomba. Basada en una novela gráfica de Raymond Briggs —también guionista de la propuesta—, en ”Cuando el viento sopla” no había medias tintas: un relato desgarrador y atroz, casi cruel sobre las consecuencias de la confianza del hombre de a pie en las instituciones que lo dirigen. Fue dirigida por el animador japonés Jimmy T. Murakami y su banda sonora corrió a cargo de Roger Waters, bajista y co-líder de Pink Floyd.



“El último hombre sobre la Tierra” (Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964). En 1954, Richard Matheson publicó su novela “Soy leyenda”. 10 años después, Ubaldo Ragona y Sidney Salkow llevarían por primera vez el texto a la gran pantalla. Vendrían dos adaptaciones más, “El último hombre… vivo” (Boris Sagal, 1971) y “Soy leyenda”  (Francis Lawrence, 2007), pero esta primera fue la mejor, con un Vincent Price sitiado por una suerte de zombis vampíricos y un blanco y negro que establecía el ánimo de una serie B gozosa y apasionante. “El último hombre sobre la Tierra”, además, podría leerse como un primer borrador de “La noche de los muertos vivientes” (George A. Romero, 1964), y por tanto, como el verdadero filme seminal —o cuanto menos, el gran inspirador— a la hora de hablar del zombi moderno.



“La guerra de los mundos” (Steven Spielberg, 2005). Discutida y a reivindicar, la adaptación que Steven Spielberg realizó de la novela de H.G. Wells —uno de los Apocalipsis por excelencia desde que Orson Welles lo radiara— estaba recorrida por los miedos post 11-S y el pánico social, un terror que se contagiaba más allá de la pantalla y que el director combatía con una llamada al instinto de supervivencia más feroz y la unidad familiar como último refugio. Turbadora, espectacular y con un Tom Cruise entregado, se trata de una de las mejores muestras de terror sci-fi de la década, un cuento sombrío y contundente que merece un lugar de honor entre el género.



“Wall·E (Batallón de limpieza)” (Andrew Stanton, 2008). Por más afable y entrañable que resultara “Wall·E (Batallón de limpieza)”, su escenario no podía ser más descorazonador: una Tierra despoblada y llena de basura, y sus habitantes emigrados a gigantescos cruceros espaciales donde engordar de comida y felicidad artificial. La película de Andrew Stanton, pues, se centraba en el Apocalipsis ecológico y lanzaba un mensaje de optimismo al aferrarse a cualquier mínima posibilidad de renacimiento. Eso sí, sin dejar de pasar por la reprimenda al ser humano y ciertas dosis de tecnofobia, representadas en un HAL 9000 dispuesto a tomar el control de la nave.



“12 monos” (Terry Gilliam, 1995). Terry Gilliam tomó como punto de partida la historia de “La jetée” (Chris Marker, 1962) y firmó una aventura de viajes en el tiempo en la que Bruce Willis tenía que evitar un holocausto pandémico. Una de las mayores virtudes de “12 monos” nacía de una hermosa contradicción: abrazaba un fatídico determinismo al tiempo que lanzaba una expresión de esperanza en el hombre, puntuada por el tema What a Wonderful World de Louis Armstrong. Hasta la fecha, sigue siendo el mayor éxito del tradicionalmente maldito Terry Gilliam.



“The road (La carretera)” (John Hillcoat, 2009). Basada en la magnífica novela de Cormac McCarthy, “The road (La carretera)” dibujaba un mundo post-apocalíptico en el que un padre y su hijo vagaban entre la penuria en busca de cualquier alimento para sobrevivir un día más. La adaptación de John Hillcoat era fidedigna, más sombría en su impecable —y anímicamente deprimente— aspecto visual —sobresaliente la fotografía de Javier Aguirresarobe— que en su fondo, mucho más rotundo en el libro de McCarthy. Aún así, la cinta desprendía oficio y calaban las sobrecogedoras interpretaciones de Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, solitarios y raquíticos caminantes de paisajes devastados.



“Independence Day” (Roland Emmerich, 1996). El alemán Roland Emmerich es, quizá, el más ilustre reincidente en una caligrafía del Apocalipsis. De sus varios intentos por destruir la Tierra, “Independence Day” destaca en su rutilante irrupción en medio del cine de catástrofes de la segunda mitad de la década de los 90. Esta superproducción en la que una invasión alienígena arrasaba monumentales iconos de Occidente —entre ellos, la Casa Blanca— estaba cargada de ironía, mala baba y patriotismo llevado al paroxismo de un final glorioso en su socarronería subterránea —baste recordar la final dupla heroica que conformaban Randy Quaid y Bill Pullman—.

 

“Monsters” (Gareth Edwards, 2010). Película diminuta, independiente y hermosa, “Monsters” era una road movie a pie, una historia de amor con monstruos al fondo que suponía la ópera prima de Gareth Edwards. Sci-fi con corazón indie y aspecto realista, esta cinta que ponía el acento en lo emocional no tuvo gran repercusión, pero su interesantísimo enfoque, su delicadeza y una conclusión absolutamente cautivadora la hacen merecedora de una vindicación como pequeña joya del género.



Apocalipsis zombi. Merecería un especial aparte el subgénero de muertos vivientes e infectados, toda una tradición que va ligada a escenarios apocalípticos y que ha dado títulos tan estimables como la mencionada “La noche de los muertos vivientes”, las también romerianas “La tierra de los muertos vivientes” (Romero, 2005), “El diario de los muertos” (Romero, 2007) y, sobre todo, “Zombi” (Romero, 1978) y su remake “Amanecer de los muertos” (Zack Snyder, 2004); la seminal “28 días después” (Danny Boyle, 2002) para la vertiente de infectados, en la que también se inscribían su secuela “28 semanas después” (Juan Carlos Fresnadillo, 2007), la española “[Rec]“ (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) y sus secuelas “[Rec]2″ (Balagueró y Plaza, 2009) y “[Rec]3 Génesis” (Plaza, 2012); y las comedias “Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro” (Peter Jackson, 1992), “Zombies party” (Edgar Wright, 2004), “Planet Terror”  (Robert Rodriguez, 2007) y “Zombieland” (Ruben Fleischer, 2009), entre otras. La lista es interminable en esta parte del terror que cuenta con innumerables fans: “El día de los muertos” (Romero, 1985), “Survival of the dead” (Romero, 2009), “Zombis nazis” (Tommy Wirkola, 2009), “Quarantine” (John Erick Dowdle, 2008), “Colin” (Marc Price, 2008), la saga “Resident Evil”, “Nueva York bajo el terror de los zombis” (Lucio Fulci, 1979), “Infectados (Carriers)” (Àlex y David Pastor, 2009) y un larguísimo etcétera.



Otros Apocalipsis. Dentro del cine de catástrofes que ha fantaseado con el fin del mundo, también cabe destacar las espectaculares “El día de despues de mañana” (Emmerich, 2004), “2012″ (Emmerich, 2009), “Deep impact” (Mimi Leder, 1998) y “Señales del futuro” (Alex Proyas, 2009). Asimismo, en el apartado de ficciones centradas en el contexto post-apocalíptico, se concitan filmes como “Zardoz” (John Boorman, 1974), “Doomsday: El Día del Juicio” (Neil Marshall, 2008), “Número 9″ (Shane Acker, 2009),“El libro de Eli” (Albert y Allen Hughes, 2010) o “Dredd” (Pete Travis, 2012). A diferencia de éstas, “Contagio” (Steven Soderbergh, 2011) y “Perfect sense” (David Mackenzie, 2011) preferían poner el foco sobre la desesperación ante la expansión de la pandemia. Y de la misma manera, también podríamos hablar del Apocalipsis interdimensional de “Donnie Darko” (Richard Kelly, 2001) y “La niebla de Stephen King” (Frank Darabont, 2007), o las varias ficciones cuyo argumento pasa por una misión suicida para evitar la catástrofe global, caso de “Armageddon” (Michael Bay, 1998), “El núcleo” (Jon Amiel, 2003) o “Sunshine” (Boyle, 2007). Por último, es de recibo guardar un rincón para “Waterworld” (Kevin Costner, 1995) y “Mensajero del futuro” (Costner, 1997) dos relatos post-apocalípticos y ambiciosos que resultaron en estrepitoso fracaso, hasta el punto de casi finiquitar la carrera como director de Kevin Costner.

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