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viernes, 4 de marzo de 2011

Especial H. P. Lovecraft (Parte 1)

Es con muchisimo gusto que posteo este especial sobre un autor que me insipra, cada dia mas, a seguir escribiendo sobre mis sueños, mis miedos y mis amores. Pero como no soy un erudito ni un estudioso de Lovecraft es con todo el honor y agrado que este blog presenta las palabras de un especialista del tema, el escritor y amigo Guillermo Lopetegui (haciendo click en el nombre pueden ver su blog y leer sus escritos y biografia).
Tambien debo dar las gracias a quienes hicieron posible este especial: la escritora Monica Marchesky y la tambien escritora Anna Donner Rybak, y por el apoyo a Bienexotico (el bizarro mundo nihilista), y a Helldeath (seguidor colombiano de este blog).

Howard Phillips Lovecraft (1890-1937)

EL QUE ESCRIBE DESDE EL SUEÑO
Cuando el mundo llegó a su vejez, y del espíritu de los hombres se escapó la capacidad de maravillarse; cuando ciudades grises elevaron hacia los cielos cubiertos de humo altas torres lóbregas y feas, a cuya sombra a nadie le era posible soñar con el sol ni con las praderas que la primavera cubre de flores; cuando la ciencia le arrancó a la tierra su manto de belleza, y los poetas no cantaban ya sino a distorsionados espectros, producidos de una visión introvertida y confusa; cuando estas cosas sucedían, y las esperanzas infantiles se habían desvanecido para siempre, hubo un hombre que viajó fuera de la vida en busca de los ámbitos a los que habían huido los sueños del mundo.
Howard Phillips Lovecraft: Azathoth.

Más que el producto de una época, muchas veces los artistas son la consecuencia de un entorno vital, estético y espiritual. Estos tres elementos que son los que posibilitan el renacimiento de un creador no necesariamente tienen que correr paralelos al tiempo que vive con la Humanidad… En este sentido tal vez no estén de más aquí ciertos conceptos de Milan Kundera, cuando en El arte de la novela afirma que, llegado el momento, para avanzar es preciso apartarse de la supuesta evolución que sigue el mundo.

Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) lejos de querer avanzar o retroceder por medio de una literatura que se le despierta precoz, optó por buscar la posibilidad, en Arte, de vivir un mundo paralelo al real inmediato e incluso, para él, hasta cierto punto más real que el que vivían sus contemporáneos de Nueva Inglaterra; de esa Providence -Rhode Island- que a fines del siglo XIX albergaba en sus mansiones de tejados antiguos, en sus calles desniveladas, en los árboles de troncos nudosos echando sombras sugerentes sobre los pasos de un escritor que amó ante todo la noche, el recuerdo de un pasado británico que Lovecraft definiría , ya en su nones, un decidido amor por todo testimonio anterior al “cisma de 1776”, como él desde su anglofilia llamaba a la Revolución americana. Por eso, cuando era un escritor en la Slater Avenue School y debía estudiar la independencia de este país –nación joven, pujante y futura primera potencia mundial- en el que había nacido: “…Una fuerza interior me impulsó inmediatamente a cantar ‘Dios salve al Rey’ y a adoptar el bando opuesto de cuanto leía en los libros infantiles pro-americanos sobre la Revolución (…). Todas mis profundas lealtades están de parte de la raza y el imperio más que de lo americano; si acaso, este viejo anglicismo mío se intensifica a medida que América se vuelve cada vez más mecanizada, esteriotipada y vulgar, alejándose de la corriente anglosajona original que yo represento”.

El origen de la mitología

Antes de crear al dios Cthulhu y la saga de monstruos y seres preterhumanos –dioses arquetípicos y primordiales que más tarde su “gran imitador”, August Derleth, se encargaría de sistematizar- Lovecraft se tuvo que crear, para su soledad, la mitología de seres y objetos que fue rescatando del pasado familiar y del histórico, muchos escritores han pasado por períodos de hondo romanticismo, pero en Lovecraft la Grecia clásica, el Imperio Romano y el paso de los británicos por su país, son los pilares en donde se asienta su particular modo de pensar, de vivir y de escribir: “(…) empecé a escoger sólo libros que fueran muy antiguos: que tuvieran la ‘f’ larga (…) y a fechar todos mis escritos doscientos años más atrás: 1697, en vez de 1897, y así abrir (…) solía pasarme las horas en el ático hojeando los libros desterrados de la biblioteca de abajo, y asimilando inconscientemente el estilo de…”.

…El siglo XVIII. Más que ansiar un mundo perdido –el de sus antepasados y el de la hegemonía británica en los Estados Unidos de América- Lovecraft se propuso reeditarlo a partir de su soledad y de la biblioteca de su bisabuelo. Hijo de Winfield Lovecraft y de Sarah Susan Phillips –descendientes de típicos puritanos de Nueva Inglaterra, aunque no por esto con antecedentes nobiliarios ingleses, como en algún momento lo pretendió su hijo-, el pequeño Howard tuvo una infancia signada por las limitaciones que le impuso el excesivo amor materno, la sobreprotección de que fue objeto por una madre que sin embargo lo ridiculizaba, le decía que era “un niño feo” y también lo vestía de mujer y no le cortaba el pelo. Cuando su hijo, de pequeña edad aún, le dijo a su madre que por favor lo llevara a un peluquero, ella respondía que así era la moda de sus antepasados dieciochescos, para lo que entonces le mostraba grabados que en Howard fueron alimentando su gusto por su racionalismo, el ateísmo y el inglés arcaico. Esto, sin embargo, no fue obstáculo para que un buen día se rebelara y su madre, con lágrimas en los ojos, tuviera que encargarse ella misma de hacerlo parecer más a un niño de 1897. Tiempo después intentó anotarlo en una academia de ballet, pero su hijo –con apenas siete años- le contestó decidido y bastante ofendido: “Nemo fere saltart sobrius nisi forte insanit” (Casi nadie baila sobrio a menos que esté loco).

En alguna medida podría afirmarse que Lovecraft fue consciente, ya desde los primeros años, de su tragedia solitaria y de su modo de canalizarla en un futuro casi inmediato. No estuvo habituado a jugar como lo haría cualquier niño común de su edad y el novel escritor racionalista ateo, dirá que “Entre mis pocos compañeros de juego, yo era muy impopular, ya que insistía en jugar a hechos de la historia, o a actuar con un argumento coherente”. De esta forma y como el personaje de uno de sus primeros cuentos de la juventud –“La Tumba”- Lovecraft preferirá la compañía de todo aquello que implique el saber; poder ampliar los conocimientos a partir de unas idea de sí mismo que en muchos aspectos estaba errada y en otros más que acertada, para lo que sería el clima de horror y sugerencia de sus obras más perdurables, como la novela El caso de Charles Dexter Ward o los cuentos “La casa apartada” (mal traducida por “La casa encantada”), “Los sueños de la casa de la bruja”, “El modelo de Pickman”, “El ceremonial” o nouvelles como: “El horror de Dunwich” o “La sombra sobre Innsmouth” solo por mencionar algunos de sus títulos más conocidos y representativos de un estilo que, lógicamente, tiene sus antecedentes.

Si existieron juegos infantiles en la vida de H. P. Lovecraft, los mismos estuvieron relacionados con esos argumentos que ya ansiaba su imaginación de niño (si este término cabe a quien ya a los treinta años se hacía llamar, por sus poquísimos allegados, “el Abuelo Howard”). Entre sus amigos de los primeros años figuran: Chester Pierce Munroe (1889-1943) y Harold Baterman Munroe (1891-1966) con quienes “fundó” la Agencia de Detectives de Providence: “Nuestra agencia tenía normas muy rígidas y cada uno llevaba en los bolsillos un equipo reglamentario de investigador, consistente en un silbato de policía, una lupa, una linterna, unas esposas (a veces un simple cordel, ¡pero esposas de todos modos!), un distintivo de chapa (…) una cinta métrica (para las huellas), revólver (el mío era de verdad, pero el inspector Munroe –doce años- llevaba una pistola de agua, mientras que el inspector Upham –de diez- cargaba con una pistola de pistones), y cantidad de reseñas de todos los acontecimientos del periódico sobre criminales (…) Nuestro cuartel general estaba en una casa deshabitada más allá de la zona densamente poblada, y allí representábamos y ‘resolvíamos’ muchas tragedias horripilantes”.

La excesiva adjetivación

Pese a los sensibles cambios impuestos por el tiempo y la modernización la ciudad de Providence –como en general Nueva Inglaterra- conforma en más de un aspecto una reliquia museística de los años de la colonización. La ciudad toma su nombre del río que la divide en dos y que en la actualidad está cruzado por varios puentes. Paralelos al Providence – que desemboca en el río Seekonk- corre la vía férrea de Penn Central y la carretera interestatal 95. Río, ferrocarril y carretera corren por un valle que está flanqueado por dos montes: al oeste Federal Hill y al este Collage Hill, donde las casas y calles son fieles representantes del pasado colonial y federalista; aquí también se ubica la Universidad Brown…Pero Lovecraft tardaría aún algunos años para volver literatura a su ciudad –llamándola Arkham-, a su río –que será el Miskatonic- y a la Universidad –que tomará su nombre del mítico río lovecraftiano-, cuya biblioteca será de las pocas en el mundo que “guarden bajo llave” un libro de lectura prohibida para los no iniciados: el Necronomicon (Al Azif), escrito por un árabe loco que “vivió” a comienzos del 700 d. C.

Por el lado oeste de la Universidad Brown se ubica una de las calles más distinguidas de Collage Hill: la Benefit Street. En su número 88 se alza una mansión construida en 1780 y que se hizo famosa por haber vivido allí, en las décadas de 1830 y 1840, una mujer viuda de belleza fuera de comentarios negativos: Sarah Helen Whitman. Hacia 1848 Mrs. Whitman fue febrilmente cortejada por un poeta americano “oscuro y misterioso”. Ella accedió al período de casamiento si él dejaba la bebida. Pero el poeta, pese a sus promesas, reincidió en el alcohol y la hermosa mujer no demoró en despedirlo. Justamente un año después, en 1849, este poeta moría en la ciudad de Baltimore llamando a su tía y a su prima Virginia, entre el delirio de la borrachera y la fiebre tuberculosa. Su nombre era Edgar Allan Poe.

Y a pocos pasos de Benefit Street se encuentra Angell Street, donde Lovecraft vivió los primeros años de su niñez y donde además, se empapó en un principio de toda la literatura escrita por el autor de “El corazón” y del célebre poema “El cuervo”. Allí, entre jarrones de porcelana, espejos y relatos antiguos, libros heredados e incluso objetos que en sí no tenían otro valor que el afectivo que les daba Lovecraft, su onirismo se fue desarrollando rápidamente, y hasta que se vieron obligados a mudarse a unas pocas cuadras por la misma calle: “Mi casa había sido mi ideal de paraíso y mi fuente de inspiración”.

Ya antes de mudarse, y con apenas seis años de edad, H.P.L: “La pequeña botella de cristal”, completamente influenciado por el Poe de “Manuscrito hallado en una botella” y también esos dos relatos fantásticos pergeñados por el maestro del horror y de la fantasía analítica: “Un descenso al Maelström” y “Aventura de Arthur Gordon Pym”.

Luego, entre los 14 y 17 años, Lovecraft escribirá una serie de relatos donde la influencia de Poe sigue manifiesta, incluso en algunos vicios de estilo en los que solía caer el autor de “Eleonora”: por ejemplo la excesiva adjetivación; vicio de Lovecraft hará gala en la mayor pàrte de sus relatos de la madurez. La adolescencia, aparte, dará títulos como: “La bestia de la cueva”, “El cuadro” (1907) –donde por primera vez aparece lo fantástico- y “El alquimista”.

Ya por estos años Lovecraft es dueño de una bicicleta –tuvo tres-, un telescopio –tuvo tres- y una máquina de escribir Remington que le regalaron en 1906, pero a la que fue dejando para volver paulatinamente a la lapicera, utilizando el teclado para la última redacción del cuento. Aparte, este hombre singular se destacó por mantener una correspondencia muy nutrida incluso con grandes amigos a los que nunca llegó a conocer personalmente, como el poeta y escultor –de “horrores inenarrables”- Clark Ashton Smith.

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