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domingo, 30 de diciembre de 2012

Taxidermia (2006)


Dirigida por György Pálfi, la cinta en cuestión esta seccionada en tres partes, para poder explicar la vida de tres generaciones de hombres de una familia rusa. Y cada personaje es más extraño que el anterior: el primero expulsa fuego por el pene, y se masturba a todas horas pensando en todo tipo de carne (masculina, femenina, o animal); el segundo es un "deportista" de fama mundial especializado en comer enormes cantidades de comida. El último, es un taxidermista encargado de su padre, el otrora campeón de comida ahora convertido en una masa sebosa e informe, y de los gatos gigantes de este.
Mucho más de la historia no diré, así doy pie a la sorpresa.
La película creo que es muy buena, con grandes y potentes imágenes, ritmo tan atípico como absorbente, y de una originalidad notable. Destaco la gran, formidable fotografia y las exelentes actuaciones.

El problema es que es un film que busca la controversia, el escándalo y lo extremo. No solo en el apartado gore. Escenas crudas, muy crudas, transitan por nuestras retinas haciendo que el estómago se le revuelva al más curtido de los espectadores.
Eso sí, cuando hablo de escándalo, me refiero a un plano puramente visual. No esperen sentirse peores personas, ni encontrar la máxima vejación humana, porque nada de nada. Es más, el humor negro que tiñe todo el guión hacen que no puedas acabar de tomarte demasiado en serio la película. Y en este sentido, "Taxidermia" cojea bastante. Hay veces que solo pretendes gore explícito y argumentalmente vacío, o lo que sea con tal de que se te retuerzan los intestinos. Hay otras, que en cambio esperas ir más allá, buscando una crisis mental, un examen de conciencia que te tenga desvelado toda la noche. De esta, esperaba un poco de las dos cosas. El primer objetivo lo cumple con creces, pues la escena de sexo con el cadáver de un cerdo, o los diez minutos de continuo vomito (por no hablar de la última escena, de muy difícil aguante) escandalizan. Pero lo que no logran es ofenderme.
De hecho, está todo expuesto de una manera tan explícita y seca, como si de un biopic se tratara, que el espectador asiste pasivo a dicha transgresión visual. Y seguramente son imágenes que tardará en olvidar, pero solo por el impacto visual. Al acabar la película (por mucho intento de crítica a la humanidad en diversos aspectos que van desde la sociedad en general a la obsesión por el coleccionismo) el espectador apagará las luces de su habitación y se irá a dormir tan manso como si hubiese visto "Sence and sensibility" (1995). Una pena. Aún así, notable film, y para nada aconsejable (y eso esta bueno).


Trailer:

Datos tecnicos:

*Titulo original: Taxidermia
*Año: 2006
*Genero: Gore, comedia, comedia

*Idioma:  Hungaro (sub. español)
*Tamaño:
701.317 Mb
*
Formato: AVI
*Servidor: Uploaded
*Calidad De Imagen: Exelente calidad
*Reproductor Recomendado: Descargar Real Alternative

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jueves, 20 de diciembre de 2012

Blancanieves (2012)


Se cumplen 200 anos de la primera publicacion de un cuento de los hermanos Grimm y este blog no podia dejar pasar esta oportunidad para publicar esta version del (quizas) mas famoso de los cuentos de estos sabios escritores que hicieron su prolifica biblioteca en base a recorrer europa, escuchar las historias de cada localidad y ponerlas en papel (impronta mediante).

"Blancanienves" pues es sin dudas junto con "Caperucita roja", "La cenicienta", y "Rapunzel", las historias mas famosas de "los Grimm" y estaran sin dudas por los siglos de los siglos en cada hogar mientras haya un niño que tenga que dormir arrullado por su madre, padre y/o tutor...

Les recomiendo vean esta fantastica version española, "Blancanieves" (2012) de Pablo Berger (esta pelicula sera la candidata española para los premios Oscar y a levantado gran polemica por su tematica taurina). Tambien vean la version coreana de "Hansel y Gretel" (2007), la mejor adaptacion del cuento de los hermanos Grimm.

Trailer:

Datos tecnicos:


*Titulo original: Blancanieves
*Año: 2012
*Genero: Fantastico, musical

*Idioma:  Español
*Tamaño:
744.27 Mb
*
Formato: AVI
*Servidor: DepositFiles
*Calidad De Imagen: Exelente calidad
*Reproductor Recomendado: Descargar Real Alternative

Enlace de descarga:



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Especial: Peliculas apocalipticas


De las pandemias a los miedos nucleares, del terror desconocido al conocido que deviene amenaza. El mundo contemporáneo no se entiende sin los miedos inherentes al hombre y a las sociedades que, en momentos dados de la historia, se han enfrentado al horror de precipitarse hacia la extinción. El Apocalipsis bíblico ha tomado a lo largo de los siglos diferentes formas, narraciones del fin del mundo heredadas y reinventadas, transmitidas a través de la cultura escrita y visual. En su representación a través de la imagen, el cine es ese lienzo que ofrece las mayores posibilidades para recrearse en esos puntos finales magníficos, a menudo terribles, alguna vez divertidos, casi siempre desoladores. Repasamos a continuación algunas de las mejores muestras del género apocalíptico en sus muchas y destructivas vertientes.



“¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú” (Stanley Kubrick, 1964). Uno de los grandes títulos de Stanley Kubrick, “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú” sintetizaba en el genio camaleónico de Peter Sellers —en la memoria, la conversación con el teléfono rojo del presidente Merkin Muffley o el mecánico saludo nazi del Dr. Strangelove— y tres decorados —entre ellos, la célebre Sala de Guerra— toda la angustia de un mundo bipolar y al borde del abismo nuclear. La Guerra Fría interpretada en clave de parodia asfixiante, rematada en su desasosegante final con la icónica imagen de Sim Pickens cabalgando un misil en caída libre.



“Akira” (Katsuhiro Ôtomo, 1988). Si hay una película que capta bien la desintegración de una civilización esa es, sin duda, “Akira”. A partir de su propio manga, Katsuhiro Ôtomo habló de un Apocalipsis detonado por adolescentes excluidos, iracundos y con incontrolables poderes en sus manos. Mejor dicho, se trataba de un segundo Apocalipsis, activando así la turbadora reflexión de una sociedad abocada de nuevo a una debacle ya conocida, aquí canalizada en el cáncer de la violencia y la muerte en las calles —puntuada por la banda sonora de percusión desbocada y gritos asmáticos de Geinoh Yamashirogumi— o el acaecimiento de una dictadura militar. Todo, para desembocar en uno de los finales más enloquecidos, salvajes e inolvidables del cine en general y el anime en particular.



“Sacrificio” (Andréi Tarkovsky, 1986). Es difícil encontrar una película más hermosa, delicada e hipnótica que la obra póstuma del maestro Tarkovsky. El último aliento del cineasta fue para construir una catedral pictórica, hecha de planos secuencias de exultante belleza y prolongados hasta la práctica desaparición del montaje, iluminados con imposible precisión por Sven Nykvist, director de fotografía de Ingmar Bergman. En ella, su protagonista Alexander (Erland Josephson) hacía un pacto con Dios ante el inminente final de todo —esto es, la Tercera Guerra Mundial—, el sacrificio titular con el que darle a su hijo y familia un futuro. “Sacrificio” era, además, una despedida que volvía a los temas del cineasta con exquisita lucidez, una sabiduría serena que alcanzaba su clímax en un final conmovedor y lleno de luz que acariciaba un aria de su adorado Bach.



“Melancolía” (Lars von Trier, 2011). Película desesperanzada y doloroso estudio humano en las últimas horas de la Tierra antes de que el planeta Melancolía haga colisión con ella. Dos hermanas, Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg), dos maneras de inscribirse en la realidad y dos formas de enfrentarse a la destrucción total: la primera instintiva, animal e incomprensible a ojos de una sociedad reglada, pero también serena llegado el momento terminal; la segunda, adaptada y desconectada de la naturaleza frágil, efímera de las cosas, incapaz de asumir la caducidad de éstas. “Melancolía” es uno de los mejores trabajos de Von Trier, una cinta de fatídico efecto en el ánimo e indeleble hipnosis visual, recorrida con insistencia por el preludio de “Tristan e Isolda” de Richard Wagner, e inaugurada por un magistral prólogo a cámara lenta que anuncia el fin del mundo a través de tableaux vivants sobre Brueghel o John Everett Millais.



“Take shelter” (Jeff Nichols, 2011). En su magnífico debut tras la cámara, Jeff Nichols proponía un thriller psicológico en el que su protagonista (Michael Shannon) veía venir una tormenta apocalíptica. El gran logro de “Take shelter” era conseguir trasladar al espectador la inestabilidad mental del personaje, atormentado por tremebundas pesadillas que anuncian el fin del mundo, pero que además lo sumergen en una terrible crisis en su relación con una realidad que ni siquiera llega a intuir su propia fragilidad. Memorable Michael Shannon en cada gesto, cada duda sobre su cercanía a la demencia. Inolvidable su final apoteósico frente a la playa, una revelación definitiva ante la que resulta muy difícil no sentirse apabullado.



“Terminator 2: El juicio final” (James Cameron, 1991). Una de las ficciones pre-apocalípticas por excelencia, la saga “Terminator” siempre se desarrolló en torno al episodio central en que Skynet encabezaba una revolución de las máquinas —en ese motivo, guarda ciertas similitudes argumentales con la saga “Matrix”— y una gigantesca deflagración borraba casi todo rastro de la especie humana sobre la faz del planeta. Ese pasaje tomaba forma en la pesadilla de Sarah Connor (Linda Hamilton) en esta segunda entrega, una espeluznante secuencia en medio de una película repleta de acción prodigiosa, con los roles reinventados marca de James Cameron y un hiperbólico villano —otra característica habitual del director— perfectamente ejecutado por Robert Patrick.



“Mad Max 2, el guerrero de la carretera” (George Miller, 1981). La segunda y mejor de las entregas de la trilogía de George Miller era también aquella en la que mejor se veían las consecuencias de un Apocalipsis rodado en el desierto australiano. En ese paisaje devastado, Mel Gibson ayudaba a una colonia de supervivientes a repeler los ataques de violentas bandas que recorrían las carreteras saqueando y en busca de gasolina, el bien más preciado de ese futuro post-nuclear. En la memoria, la estética de cuero, basura, punk y vehículos destartalados en el outback, pero también una apoteósica persecución final que, sin duda, se cuenta entre las mejores del cine.



“Hijos de los hombres” (Alfonso Cuarón, 2006). En el desolador futuro creado por el novelista P.D. James, los niños habían dejado de nacer y el mundo moría entre guerras y atentados. La persona más joven del planeta había sido asesinada, y en medio de ese tremebundo panorama, un desencantado Theo Faron (Clive Owen) se acababa convirtiendo en casual ángel de la guarda de una última esperanza: una mujer embarazada a la que tenía que mantener a salvo entre zonas de guerra, ejecuciones y muerte por doquier. Cuarón tradujo las páginas de James en una filigrana cinematográfica que entendía el plano secuencia como unidad gramatical, un tour de force angustioso y espectacular que tampoco esquivaba el deleite en su —extraordinaria— capacidad para el virtuosismo.



“El incidente” (M. Night Shyamalan, 2008). Apocalipsis silencioso, invisible que llega con el viento. En “El incidente”, era la naturaleza la que ponía punto y final a una normalidad en la que el ser humano tenía el control sobre el paisaje. Hablamos de uno de los mejores títulos de la filmografía de M. Night Shyamalan, una película que conseguía imágenes de gran impacto —los suicidios en masa, la escena del zoo— y que filtraba bajo la piel del espectador un terror nacido de nada más que la precisa puesta en escena del director, miedo que también contenía una conclusión feliz solo en apariencia.



“Cuando el viento sopla” (Jimmy T. Murakami, 1986). Una pareja de ancianos en la Inglaterra rural. Ellos son Jim y Hilda Boggs. Son patrióticos, ingenuos y tienen una fe ciega en el gobierno de su país. Cuando estalla la guerra nuclear, siguen las instrucciones oficiales y construyen un refugio para protegerse de los posibles efectos de la bomba. Basada en una novela gráfica de Raymond Briggs —también guionista de la propuesta—, en ”Cuando el viento sopla” no había medias tintas: un relato desgarrador y atroz, casi cruel sobre las consecuencias de la confianza del hombre de a pie en las instituciones que lo dirigen. Fue dirigida por el animador japonés Jimmy T. Murakami y su banda sonora corrió a cargo de Roger Waters, bajista y co-líder de Pink Floyd.



“El último hombre sobre la Tierra” (Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964). En 1954, Richard Matheson publicó su novela “Soy leyenda”. 10 años después, Ubaldo Ragona y Sidney Salkow llevarían por primera vez el texto a la gran pantalla. Vendrían dos adaptaciones más, “El último hombre… vivo” (Boris Sagal, 1971) y “Soy leyenda”  (Francis Lawrence, 2007), pero esta primera fue la mejor, con un Vincent Price sitiado por una suerte de zombis vampíricos y un blanco y negro que establecía el ánimo de una serie B gozosa y apasionante. “El último hombre sobre la Tierra”, además, podría leerse como un primer borrador de “La noche de los muertos vivientes” (George A. Romero, 1964), y por tanto, como el verdadero filme seminal —o cuanto menos, el gran inspirador— a la hora de hablar del zombi moderno.



“La guerra de los mundos” (Steven Spielberg, 2005). Discutida y a reivindicar, la adaptación que Steven Spielberg realizó de la novela de H.G. Wells —uno de los Apocalipsis por excelencia desde que Orson Welles lo radiara— estaba recorrida por los miedos post 11-S y el pánico social, un terror que se contagiaba más allá de la pantalla y que el director combatía con una llamada al instinto de supervivencia más feroz y la unidad familiar como último refugio. Turbadora, espectacular y con un Tom Cruise entregado, se trata de una de las mejores muestras de terror sci-fi de la década, un cuento sombrío y contundente que merece un lugar de honor entre el género.



“Wall·E (Batallón de limpieza)” (Andrew Stanton, 2008). Por más afable y entrañable que resultara “Wall·E (Batallón de limpieza)”, su escenario no podía ser más descorazonador: una Tierra despoblada y llena de basura, y sus habitantes emigrados a gigantescos cruceros espaciales donde engordar de comida y felicidad artificial. La película de Andrew Stanton, pues, se centraba en el Apocalipsis ecológico y lanzaba un mensaje de optimismo al aferrarse a cualquier mínima posibilidad de renacimiento. Eso sí, sin dejar de pasar por la reprimenda al ser humano y ciertas dosis de tecnofobia, representadas en un HAL 9000 dispuesto a tomar el control de la nave.



“12 monos” (Terry Gilliam, 1995). Terry Gilliam tomó como punto de partida la historia de “La jetée” (Chris Marker, 1962) y firmó una aventura de viajes en el tiempo en la que Bruce Willis tenía que evitar un holocausto pandémico. Una de las mayores virtudes de “12 monos” nacía de una hermosa contradicción: abrazaba un fatídico determinismo al tiempo que lanzaba una expresión de esperanza en el hombre, puntuada por el tema What a Wonderful World de Louis Armstrong. Hasta la fecha, sigue siendo el mayor éxito del tradicionalmente maldito Terry Gilliam.



“The road (La carretera)” (John Hillcoat, 2009). Basada en la magnífica novela de Cormac McCarthy, “The road (La carretera)” dibujaba un mundo post-apocalíptico en el que un padre y su hijo vagaban entre la penuria en busca de cualquier alimento para sobrevivir un día más. La adaptación de John Hillcoat era fidedigna, más sombría en su impecable —y anímicamente deprimente— aspecto visual —sobresaliente la fotografía de Javier Aguirresarobe— que en su fondo, mucho más rotundo en el libro de McCarthy. Aún así, la cinta desprendía oficio y calaban las sobrecogedoras interpretaciones de Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, solitarios y raquíticos caminantes de paisajes devastados.



“Independence Day” (Roland Emmerich, 1996). El alemán Roland Emmerich es, quizá, el más ilustre reincidente en una caligrafía del Apocalipsis. De sus varios intentos por destruir la Tierra, “Independence Day” destaca en su rutilante irrupción en medio del cine de catástrofes de la segunda mitad de la década de los 90. Esta superproducción en la que una invasión alienígena arrasaba monumentales iconos de Occidente —entre ellos, la Casa Blanca— estaba cargada de ironía, mala baba y patriotismo llevado al paroxismo de un final glorioso en su socarronería subterránea —baste recordar la final dupla heroica que conformaban Randy Quaid y Bill Pullman—.

 

“Monsters” (Gareth Edwards, 2010). Película diminuta, independiente y hermosa, “Monsters” era una road movie a pie, una historia de amor con monstruos al fondo que suponía la ópera prima de Gareth Edwards. Sci-fi con corazón indie y aspecto realista, esta cinta que ponía el acento en lo emocional no tuvo gran repercusión, pero su interesantísimo enfoque, su delicadeza y una conclusión absolutamente cautivadora la hacen merecedora de una vindicación como pequeña joya del género.



Apocalipsis zombi. Merecería un especial aparte el subgénero de muertos vivientes e infectados, toda una tradición que va ligada a escenarios apocalípticos y que ha dado títulos tan estimables como la mencionada “La noche de los muertos vivientes”, las también romerianas “La tierra de los muertos vivientes” (Romero, 2005), “El diario de los muertos” (Romero, 2007) y, sobre todo, “Zombi” (Romero, 1978) y su remake “Amanecer de los muertos” (Zack Snyder, 2004); la seminal “28 días después” (Danny Boyle, 2002) para la vertiente de infectados, en la que también se inscribían su secuela “28 semanas después” (Juan Carlos Fresnadillo, 2007), la española “[Rec]“ (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) y sus secuelas “[Rec]2″ (Balagueró y Plaza, 2009) y “[Rec]3 Génesis” (Plaza, 2012); y las comedias “Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro” (Peter Jackson, 1992), “Zombies party” (Edgar Wright, 2004), “Planet Terror”  (Robert Rodriguez, 2007) y “Zombieland” (Ruben Fleischer, 2009), entre otras. La lista es interminable en esta parte del terror que cuenta con innumerables fans: “El día de los muertos” (Romero, 1985), “Survival of the dead” (Romero, 2009), “Zombis nazis” (Tommy Wirkola, 2009), “Quarantine” (John Erick Dowdle, 2008), “Colin” (Marc Price, 2008), la saga “Resident Evil”, “Nueva York bajo el terror de los zombis” (Lucio Fulci, 1979), “Infectados (Carriers)” (Àlex y David Pastor, 2009) y un larguísimo etcétera.



Otros Apocalipsis. Dentro del cine de catástrofes que ha fantaseado con el fin del mundo, también cabe destacar las espectaculares “El día de despues de mañana” (Emmerich, 2004), “2012″ (Emmerich, 2009), “Deep impact” (Mimi Leder, 1998) y “Señales del futuro” (Alex Proyas, 2009). Asimismo, en el apartado de ficciones centradas en el contexto post-apocalíptico, se concitan filmes como “Zardoz” (John Boorman, 1974), “Doomsday: El Día del Juicio” (Neil Marshall, 2008), “Número 9″ (Shane Acker, 2009),“El libro de Eli” (Albert y Allen Hughes, 2010) o “Dredd” (Pete Travis, 2012). A diferencia de éstas, “Contagio” (Steven Soderbergh, 2011) y “Perfect sense” (David Mackenzie, 2011) preferían poner el foco sobre la desesperación ante la expansión de la pandemia. Y de la misma manera, también podríamos hablar del Apocalipsis interdimensional de “Donnie Darko” (Richard Kelly, 2001) y “La niebla de Stephen King” (Frank Darabont, 2007), o las varias ficciones cuyo argumento pasa por una misión suicida para evitar la catástrofe global, caso de “Armageddon” (Michael Bay, 1998), “El núcleo” (Jon Amiel, 2003) o “Sunshine” (Boyle, 2007). Por último, es de recibo guardar un rincón para “Waterworld” (Kevin Costner, 1995) y “Mensajero del futuro” (Costner, 1997) dos relatos post-apocalípticos y ambiciosos que resultaron en estrepitoso fracaso, hasta el punto de casi finiquitar la carrera como director de Kevin Costner.

Funete: labutaca.net

sábado, 8 de diciembre de 2012

Hansel y Gretel (2007)



Los cuentos populares son alimentos para el alma del niño, estimulan su fantasía y cumplen una función terapéutica; primero, porque reflejan sus experiencias, pensamientos y sentimientos; y, segundo, porque le ayudan a superar sus ataduras emocionales por medio de un lenguaje simbólico, haciendo hincapié en todas las etapas -periodos o fases- por las que atraviesa a lo largo de su infancia.

Cuando el niño lee o escucha un cuento popular, pone en juego el poder de su fantasía y, en el mejor de los casos, logra reconocerse a sí mismo en el personaje central, en sus peripecias y en la solución de sus dificultades, en virtud de que el tema de los cuentos le permiten trabajar con los conflictos de su fuero interno. El psicoanalista Bruno Bettelheim ha manifestado que en el campo de la literatura infantil no existe otra cosa más enriquecedora que los viejos cuentos populares, no sólo por su forma literaria y su belleza estética, sino también porque son comprensibles para el niño, cosa que ninguna otra forma de arte es capaz de conseguir. Bettelheim, en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas, afirma que: “A través de los siglos (si no milenios), al ser repetidos una y otra vez, los cuentos se han ido refinando y han llegado a transmitir, al mismo tiempo, sentidos evidentes y ocultos; han llegado a dirigirse simultáneamente a todos los niveles de la personalidad humana y a expresarse de un modo que alcanza la mente no educada del niño, así como la del adulto sofisticado. Aplicando el modelo psicoanalítico de personalidad humana, los cuentos aportan importantes mensajes al consciente, preconsciente e inconsciente, sea cual sea el nivel de funcionamiento de cada uno en aquel instante. Al hacer referencia a los problemas humanos universales, especialmente aquellos que preocupan a la mente del niño, estas historias hablan a su pequeño yo en formación y estimulan su desarrollo, mientras que, al mismo tiempo, liberan al preconsciente y al inconsciente de sus pulsiones. A medida que las historias se van descifrando, dan crédito consciente y cuerpo a las pulsiones del ello y muestran los distintos modos de satisfacerlas, de acuerdo con las exigencias del yo y del super-yo” (Bettelheim, B., 1986, p. 12-13).

Conforme a lo señalado por Bettelheim, no cabe duda de que casi todos los cuentos que provienen de la tradición oral abordan el mismo tema: la sublimación de los conflictos emocionales y los problemas existenciales que aquejan a los niños. No es extraño que las niñas, que son víctimas de abusos sexuales, asocien a sus violadores con los personajes “malditos” de los cuentos populares, cuyos protagonistas -lobos, ogros, gnomos, brujas y otros- se tornan en individuos del mundo real.

Si bien existen libros pedagógicos que ayudan a desarrollar las funciones cognoscitivas del niño, existen también libros que ayudan a superar los traumas psicológicos por medio de la ficción y el lenguaje simbólico, que representa cosas que no están al alcance del entendimiento humano. Ya Carl G. Jung, en “El hombre y sus símbolos”, dice: “usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender del todo. Esta es una de las razones por las cuales todas las religiones emplean lenguaje simbólico o imágenes. Pero esta utilización consciente de los símbolos es sólo un aspecto de un hecho psicológico de gran importancia: el hombre también produce símbolos inconscientes y espontáneamente en forma de sueños” (Jung, C.G., 1995, p. 21).

La tesis de Betellheim parte de la base de que todos los cuentos populares reflejan la evolución física, psíquica, intelectual y social del niño; por ejemplo, el fracaso del egocentrismo, la soledad y falta de afecto, la satisfacción del deseo (casa de chocolate) y el triunfo sobre el peligro (la bruja) está simbolizado en el cuento “Hansel y Gretel”; el complejo de Edipo en “Blancanieves”; la pubertad en “Caperucita roja”; la rivalidad entre hermanos en “La Cenicienta”; el temor sexual en “La Bella y la Bestia” y el incesto en “Piel de asno”, un tema tabú del que todos saben algo, pero del que pocos se atreven a hablar. El rey y la reina simbolizan a los padres, la flor al desarrollo sexual y la casa a la seguridad y armonía en el hogar. El árbol simboliza la vida, el crecimiento o la maduración física y psíquica del individuo. Así como el perro simboliza la fidelidad, las aves simbolizan la libertad y la ayuda; esto ocurre en el cuento de “La Cenicienta”, cuando su madrastra echa ante ella un montón de guisantes buenos y malos y le dice que los separe. Aunque parece una tarea imposible, Cenicienta comienza, pacientemente, a separarlos y, de pronto, las palomas (los ratones, según otras versiones) acuden a ayudarla. Asimismo, la rama que Cenicienta planta en la tumba de su madre, se convierte en un árbol, en cuyas ramas vive un pájaro que, cada vez que Cenicienta llora, le concede sus deseos; por lo tanto, el árbol y el pájaro simbolizan el espíritu o la reencarnación de la madre de Cenicienta.

En el cuento de “Blancanieves”, justo cuando ésta yace en el ataúd de vidrio, que simboliza su muerte espiritual, tres pájaros acuden a llorar junto a los siete enanitos; la lechuza (pájaro de la muerte y la sabiduría), el cuervo (pájaro de Odín, jefe de las fuerzas oscuras) y la paloma (pájaro de Afrodita, de la inocencia y el amor). Los tres pájaros, aparte de constituir piezas claves en la trama del cuento, simbolizan un número mágico que también aparece en otros cuentos. El genio en Las mil y una noches concede tres deseos a Aladino; tres son las dificultades o pruebas que deben vencer los héroes de los cuentos fantásticos para liberar a la mujer amada y coronar su triunfo; tres veces la madrastra de Blancanieves visita la casa de los siete enanitos. “En su primera visita, disfrazada de una vieja buhonera, intenta estrangular a la hijastra con un corsé (no un “lasito” como dice la versión española), dramatizando su deseo de contrarrestar la pubescencia en proceso de la joven. Blancanieves, medio muerta, es reavivada por los enanos, y el espejo informa a la reina malvada del hecho. En la segunda visita la madrastra le da un peine envenenado, que igualmente la deja 'como muerta'. El envenenar los cabellos parece ser otro signo de la culpa que la madrastra le achaca a Blancanieves por crecer. Esto es confirmado por la tercera visita, después de que los enanos nuevamente procuran salvarla. Esta vez la madrastra, disfrazada de campesina, le ofrece una manzana 'con un veneno de lo más virulento'. La bruja come de la mitad blanca para demostrar su inofensividad, pero cuando Blancanieves la recoge y come de la mitad roja, se desmaya con la manzana atorada en la garganta” (Heisig, J.W., 1976, p. 76).

El siete es otro de los números mágicos en los cuentos populares. Ahí tenemos a los siete enanitos en el cuento de “Blancanieves”, quien se convierte en una niña hermosa a los siete años. Siete son los colores primarios, siete los días de la semana, siete los planetas de la antigüedad, siete las virtudes, siete los pecados capitales, siete los misterios, siete las maravillas del mundo y, según el mito de creación, el séptimo día es sagrado y de descanso.

Los animales salvajes simbolizan los conflictos no resueltos y los instintos de agresión. La víbora y el elefante, por su forma, pueden simbolizar la masculinidad, mientras que la manzana (los senos de la madre) es un viejo símbolo del amor y el matrimonio, pero también del peligro y el pecado. En la Biblia se dice que Adán y Eva incurren en el pecado por comer la fruta (manzana) del árbol de la ciencia del bien y del mal. La madrastra de Blancanieves, asaltada por los celos y la envidia, le procura la muerte con una manzana envenenada. De otro lado, el color rojo o colorado de la manzana -simbolismo extensamente repetido en ritos primitivos de la pubertad- representa la menstruación, la culminación de la etapa latente y la maduración sexual; lo mismo que la caperuza roja es un atributo de la primera menstruación de Caperucita roja, quien, aparte de sentirse acosada por la sexualidad masculina, es capaz de concebir y ser madre desde el punto de vista biológico.

La belleza está simbolizada por el color rojo, blanco y negro. De ahí que el cuento de “Blancanieves”, en algunas versiones, comienza con un rey y una reina que viajan por un camino cubierto de nieve, circunstancia en que el rey dice: “Deseo tener una hija blanca como la nieve“, Más adelante, al divisar un hueso lleno de sangre, exclama: “Deseo tener una hija con las mejillas rojas como la sangre“ y cuando ve a tres cuervos, volando a cielo abierto, el rey dice: “Deseo tener una hija con los cabellos color de cuervo”. En otras versiones modernas, el cuento comienza así: Es invierno y la nieve cae como ovillos blancos. La reina está cosiendo junto a la ventana, cuyos marcos están decorados en ébano. De pronto, la reina se pincha en la mano y saca el dedo herido a través de la ventana, dejando caer tres gotas de sangre sobre la nieve. Entonces se dice: “Quiero tener una hija blanca como la nieve, con las mejillas rojas como la sangre y los cabellos negros como el ébano“.

El complejo de Edipo, ese conjunto de sentimientos amorosos y hostiles que cada niño siente en relación con sus padres (atracción sexual hacia el progenitor del sexo opuesto y odio hacia el del mismo sexo, que considera rival), está simbolizado en varios cuentos populares. . Ahora bien, ¿qué es el complejo de Edipo? Según refiere una de las tragedias griegas, un oráculo había predicho que Edipo, hijo del rey de Tebas, mataría a su padre y se casaría con su propia madre, profecía que se cumplió fatalmente. Los psicólogos -a partir de Freud- designan con este nombre la atracción que el niño -alrededor de los 4-6 años de edad- experimenta por el progenitor del sexo contrario.

En los cuentos populares, de un modo general, el conflicto de Edipo está representado por el héroe que mata al dragón para liberar a la princesa; un hecho que simboliza la rivalidad inconsciente que el niño experimenta contra el padre (dragón) y el amor desmedido que siente por la madre (princesa). El conflicto de Electra, a su vez, está representado por Cenicienta y Blancanieves, quienes, en procura de liberar el amor sojuzgado del padre, se enfrentan a la crueldad de la madrastra, figura que, desde el principio, encarna el peligro y la maldad. Empero, valga aclarar que el complejo de Edipo, en algunas versiones adaptadas para los niños, es apenas una sugerencia sutil, debido a que un mensaje más directo podría provocarles angustias y ahondar sus conflictos emocionales.

El tema de la envidia y la rivalidad entre hermanos está simbolizado en el cuento de “La Cenicienta”, quien no sólo es presa del trato inhumano de su madrastra, sino también del odio y la envidia de sus hermanastras. Otros símbolos constituyen el zapato de cristal (en la versión antigua era una zapatilla de cuero suave), que Cenicienta pierde al salir de la fiesta, en la ceniza (símbolo del desprecio y la humillación), en el árbol que planta en la tumba de su madre y en el príncipe que la revive y la toma por esposa.

El narcisismo de la madrastra de Blancanieves está simbolizado por el espejo mágico y la madurez sexual por el corpiño, el anillo y la manzana. Si la combinación del color rojo, blanco y negro es símbolo de belleza, entonces el “Príncipe sapo” y “la Bestia” son símbolos de la agresividad inconsciente de la personalidad humana.

El incesto, al menos como intento, aparece expuesto en “Piel de asno”. Todo comienza con un rey todopoderoso, amado y respetado por su pueblo, y una reina que, sintiendo acercarse su última hora, le dice al rey: “Cuando te vuelvas a casar, júrame que lo harás con una princesa que sea más bella y mejor formada que yo.” El rey le jura que así lo hará. Sin embargo, al cabo de un tiempo, no resiste a la tentación de pensar en la princesa -su hija-, quien no sólo es bella y admirablemente bien formada, sino que sobrepasa en mucho a la reina -su madre- en donaire y encantos. De modo que el rey, seducido por la juventud y belleza de su hija, decide tomarla en matrimonio. La princesa, consternada por la actitud de su padre, le ruega no obligarla a cometer un crimen. Mas el rey no desiste en su propósito y manda a preparar la boda. La princesa pide ayuda a la Hada de las Lilas -su madrina-, quien, para salvarla del dolor y el infortunio, le aconseja pedirle al rey la piel de un asno. Entonces el rey, obsesionado por casarse con su hija, no le niega su deseo y deja matar a su asno preferido. La princesa se disfraza con la piel del animal y huye del palacio sin ser reconocida. El rey moviliza a sus guardias y mosqueteros para dar con el paradero de la princesa, quien se convierte en fugitiva y llega hasta tierras lejanas, donde contrae matrimonio con un príncipe que la pone a salvo del incesto y la conducta perversa de su padre.

La relación de las niñas con su sexualidad está reflejada en varios cuentos. Pero quizás el más representativo sea “La Bella y la Bestia”. La versión más conocida de esta historia cuenta cómo la Bella, la menor de cuatro hermanas, se convierte en la favorita de su padre, debido a su bondad desinteresada y su actitud cariñosa. No obstante, lo que desconoce la Bella es que, al pedir una rosa blanca, pone en peligro la vida de su padre y las relaciones ideales con él, pues la rosa blanca es robada en el jardín encantado de la Bestia, quien, llena de cólera, le impone el castigo de que en el lapso de tres meses debe entregarle a su hija menor, a cambio de poner a salvo su vida. Así es como la Bella se ve obligada a vivir con la Bestia, hasta el día en que, redimido por el amor, vuelve a su condición humana trocado en un hermoso príncipe. De entrada, el cuento simboliza la animalidad integrada en la condición humana, pues en muchísimos mitos y cuentos populares se habla de un príncipe convertido por arte de hechicería en un animal salvaje o en un monstruo, que es redimido por el beso y el amor de una doncella; un proceso que, según el psiquiatra M-L. von Franz, simboliza la forma en que el ánimus se hace consciente. En muchos mitos, el amante de una mujer es una figura misteriosa y desconocida que ella nunca debe ver y al que sólo puede encontrar en la oscuridad. De lo contrario, si enciende una luz y revela su identidad, corre el riesgo de no redimirlo de su condición monstruosa. El ejemplo está en la doncella Psique, quien era amada por Eros, pero tenía prohibido que intentara mirarlo. Eros la visitaba sólo por las noches y desaparecía al despuntar el alba. Las hermanas de Psique le advirtieron que el hombre con quien vivía era un monstruo horrible que no se atrevía a mostrarse a la luz del día. Entonces Psique, curiosa por descubrir el misterio que guardaba su amante, encendió el mechero y se enfrentó a la hermosa imagen del hombre que dormía a su lado. Pero como estaba nerviosa y sorprendida, agitó el mechero y dejó caer una gota de aceite sobre el hombro de Eros, quien despertó y la abandonó por haber visto lo que no debía. De modo que Psique pudo recuperar su amor sólo después de larga búsqueda y muchos sufrimientos.

Cabe añadir que en los cuentos populares, como en gran parte de los cuentos de la literatura infantil moderna, existe una dicotomía maniquea entre los personajes, cuyos atributos representan la bondad o la maldad, dependiendo del rol que se les asigna en la trama del cuento. Las fuerzas del bien están simbolizadas por el protagonista central y los personajes secundarios -el príncipe, las hadas, las palomas y los magos-, entretanto las fuerzas tenebrosas del mal están simbolizadas por los personajes -humanos y animales- que representan la insensatez, la astucia y el peligro, como es el caso del lobo feroz, los gnomos, las brujas y los ogros. 


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Datos tecnicos:


*Titulo original: Hasel y Gretel
*Año: 2012
*Genero: Terror

*Idioma:  Koreano (subtitulado español)
*Tamaño: 387.76 Mb

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Formato: RMVB
*Servidor: FileFactory
*Calidad De Imagen: Exelente calidad
*Reproductor Recomendado: Descargar Real Alternative



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