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sábado, 15 de enero de 2011

Juan y el lobo (cuento)


La policía se había impacientado demasiado. Tomaron el ariete y lo impulsaron varias veces hasta tomar la fuerza necesaria para destrozar la puerta. En el momento justo el casero grita desde la escalera blandiendo las llaves.
Al entrar en la casa los uniformados se despliegan rápidamente. El apartamento estaba brillante en limpieza e iluminación con la cocina reluciente y el piso de la sala lustrado. El cuarto tenía las camas tendidas y el armario con la ropa de estación de un lado y la de uso diario del otro. Desilusionado y arrepentido por haber perdido el tiempo el detective ordenaba el retiro de los efectivos. Observaba el cuarto. No lo entendía, todas las pistas lo habían llevado hasta ese apartamento pero fue un callejón sin salida. Todo tan limpio. No encajaba con el perfil del secuestrador que le había quitado tantas noches de sueño. Todo tan en su lugar. La cama tendida, la mesa de luz sin una brizna de polvo. El piso tan lustrado… un rayón frente al ropero llamo su atención. Los ojos se le iluminaron abriéndose como pocas veces. Corre hacia la ventana y llama a los policías que ya en las patrullas estaban prontos para volver a la seccional. Con pocas ganas acuden al llamado del detective. En el cuarto les pide que corran el ropero. Sin hacer demasiado esfuerzo este se corre y descubre detrás de el una puerta. Cuando entran en la pequeña habitación que ocultaba el ropero el hedor a humedad y pestilencia inunda el apartamento. La instalación eléctrica es precaria pero la tenue luz ilumina el recinto. La cama desordenada y sucia, la pared con recortes de periódico pegados con chinches y cinta adhesiva, y en el escritorio las fotos de los niños secuestrados, desnudos, violados. Con sus sospechas confirmadas solo quedaba acudir al trabajo del secuestrador y arrestarlo. El detective esbozo una pequeña sonrisa de omnipotencia, y ordeno a los policías que dejaran de vomitar y lo escoltaran a la escuela.

Baltasar nació en un hogar militar.
Su padre trabajaba en el ejército. Estaba pocos días al año en casa pues cubría muchas misiones en el exterior.
Su madre tenía un pequeño negocio de ropa para los efectivos que servían en la base establecida cerca de su casa.
Baltasar creció solo y sin amigos. Cuando su madre murió en un accidente y su padre se quedo en el exterior, para  jamás regresar, estaba apenas terminando la escuela. Comenzó sus estudios secundarios y consiguió empleo en su antigua escuela, realizando tareas de limpieza. Ayudando al portero que le dio, además, un cuarto donde dormir.
Con los años se convirtió en el encargado de la escuela.
Alquilo un pequeño apartamento y por las noches salía a beber a un bar cercano. Ahí conoció a una prostituta drogadicta con la que tuvo un hijo, Juan. Luego de unos meses de convalecencia por el parto la madre de Juan murió. Los años siguientes de Baltasar fueron duros, no es fácil ser padre soltero siendo tan estricto y con tanto trabajo.
Al crecer, Juan comenzó a estudiar en la escuela donde trabaja su padre. Siempre algo distante, pasaba horas en silencio sin prestar demasiada atención a los demás niños. Pero cuando Elena, la maestra, se ponía frente al niño este sonreía y cantaba y jugaba… luego otra vez el silencio y la mirada enfocada en el horizonte. La maestra preocupada por el pequeño Juan lo llevo a una revisión médica. Le diagnosticaron cierto tipo de autismo. Entonces la escuela le ofrece a Baltasar menos dinero por su trabajo a cambio de cubrir el tratamiento del niño. Baltasar, consiente que no estará toda la vida junto a Juan, acepta el trato. El jefe de mantenimiento se ha vuelto cada vez mas arisco y ermitaño. Los niños le tienen mucho miedo, su aspecto es desgarbado, barbudo y sucio.
Parte del tratamiento medico de Juan es también psicológico y se le recomienda una figura materna mas presente así como alejarse de la imagen paterna, nefasta para el desarrollo de su intelecto e imaginación. La maestra Elena y Baltasar tienen una corta y tensa charla. Elena le propone adoptar a Juan, Baltasar acepta a cambio de dinero. Frio, callado, Baltasar queda solo esperando la muerte. Día tras día siguiendo con su rutina. Rodeado de la vida que tienen los niños y viendo crecer a su hijo, siempre en silencio.

El amor de la pareja dio como fruto una niña.
Inteligente y amable, Elena creció rodeada de cariño y solvencia económica. Aunque no había tenido suerte con sus antiguas parejas era feliz entre los niños y anhelaba tener un hijo y ser madre. Tras terminar los estudios comenzó su carrera como maestra.
No estaba acostumbrada a beber. Pero aquel era su primer “fin de año” en la escuela y termino demasiado ebria. Vomitando por las escaleras, cuidándose de que ningún niño o padre la viera en aquel estado tan lamentable, aunque entendible. Era una alegre celebración de fin de curso. Se escurrió hasta los baños donde creyó estar sola. Al postrarse frente al sanitario la sujetaron por la espalda. Ahogada, ebria, sin fuerzas, no opuso casi resistencia a que la violaran. Violenta, salvajemente hasta caer desmayada y aun así el violador no se detuvo. Cuando despertó, conmocionada y dolorida, condujo su coche hasta su apartamento. Allí escondió su vergüenza y dolor por varios días, para luego seguir con su vida de amable maestra.
Años después conocería a Juan. Tras la violación no podía concebir. Cuando el medico le dijo que Juan necesitaba una madre no lo pensó dos veces y se lo propuso a Baltasar.
Ahora Elena era una mujer, una madre con su hijo y mas feliz que nunca.

Había trabajado en aquel camión por varios años. Estaba acostumbrado a no dormir mientras conducía.
No tenía por costumbre levantar gente en la ruta, pero la chica que pedía un aventón era muy hermosa. Decidió, entonces, detenerse y probar suerte. Paro el camión a un lado del camino, le abrió la puerta y le pregunto adonde iba. Entonces la chica blandió una pistola calibre 38. De entre los arbustos salió un hombre que de un salto subió al camión y le exigió el dinero. Sin mediar palabra les entrego la billetera y los jóvenes se perdieron en la oscuridad. Con la furia en las venas, por su torpeza, condujo hasta la comisaría donde radicaría la denuncia. El papeleo le llevo toda la noche.
Al despuntar el sol debía estar en el puerto para recoger su carga y llevarla al zoológico de la capital vecina a unos 660 kilómetros.
Cuando la carga estuvo pronta ya llevaba más de un día sin dormir.
Comenzó el viaje hacia el zoológico.
Sabía que si se atrasaba demasiado no le pagarían lo suficiente para cubrir los gastos. Decidió, entonces, dormir un par de horas solo después de cruzar la cuidad, en un parador donde había estado varias veces.
La carga estaba inquieta y hambrienta, había viajado varias semanas por barco desde África. Los marineros lo llamaban Diablo y no se animaban siquiera a acercarse para alimentarlo.
El camionero, vencido por el sueño, apenas pudo girar el volante cuando vio al niño cruzar por la cebra, frente a la escuela. El pesado vehículo se estrello violentamente contra un árbol. La cabina estallo y el diablo, de un salto, puso sus patas en el asfalto caliente. Cuando los ojos del animal se fijaron en el niño este corrió espantado hacia la escuela, a donde entro empujando la puerta.
Baltasar tropezó con el niño. Lo levanto con manos fuertes mientras, el solo lloraba. Le decía que se callara, que no le haría daño. El niño gritaba y lloraba, histérico. La puerta de la escuela cayó arrasada como por una explosión. Baltasar vio, entonces, los rojos ojos de un enorme lobo blanco. Más grande que un caballo. Blancos eran también sus colmillos por donde escurría sangre. El limpiador soltó suavemente al niño. Sin dejar de mirar al animal empuño un tridente que usaba de rastrillo para recoger las hojas del patio escolar. Respiro hondo, el lobo preparo la embestida y corrieron. Frente a frente, uno hacia el otro.

La clase estaba tranquila cuando comenzaron las correrías en los pasillos. Molesta por los ruidos que distraían a los chicos abrió la puerta y ojeo el corredor. Al fondo, el lobo tomaba a Baltasar por la cintura quebrando su espalda con sus poderosas quijadas.
La maestra grito espantada llamándole, sin querer, la atención.
La bestia escupe el cuerpo sin vida del portero ensangrentado y avanza en desenfrenada carrera, por el pasillo, hacia aquel salón. Elena tranca la puerta y arrastra las sillas hasta un rincón, atrincherándose con los niños en una esquina del aula.
Juan no entiende que esta pasando. Solo esta feliz y excitado, abrazado a Elena quien lo aprieta fuertemente contra su pecho.
El lobo destroza la puerta y enfila hacia el grupo que solloza y tiembla en la esquina del cuarto. La bestia esta a metros de los niños, se agazapa para saltar sobre el grupo cuando irrumpe el detective que desde el portal, dispara contra el animal.
Herido de muerte cae pesado y sangrante.
Entre los llantos de miedo de los niños y de dolor del lobo Elena se pone en pie. El detective ya no apunta su arma hacia el animal. Al grito de “Elena estas arrestada por secuestro y violación” apunta ahora a la maestra. Elena parece hipnotizada por el dolor del lobo. Se pone de rodillas junto a el, coloca su cabeza en su regazo y lo acaricia con amor y cuidado.
Juan la observa con atención. Atónito, ve a la maestra levantar a la enorme bestia y llevarla hacia el.
El detective grita algo pero nadie escucha. Las balas golpean la espalda de Elena que no se detiene, continúa caminado con la vista fija en Juan y una sonrisa en el rostro.
A medida que avanza el lobo se hace más y más pequeño. Entonces Juan alza las manos y abraza al cachorro que le entrega la maestra, mientras toda la clase comienza a cantar el “feliz cumpleaños, Juan”.
Elena, Juan y su cachorro son una familia feliz.   

Juan se ha convertido en un escritor de relativo éxito.
Vive en un barrio privado en las afueras de la ciudad.
Hace 10 años esta casado y tiene una hermosa niña de 7 años. Hoy es su cumpleaños 43 y lo celebra con una cena en familia. Carne asada y torta de cumpleaños, con velitas y regalos.
Tras dar las gracias por la felicidad conseguida en estos años se dispone a cortar el pastel, no sin antes degollar a su hija y apuñalar en el pecho a su mujer, todo con el mismo cuchillo. Lentamente come el pastel, saboreando la sangre de sus seres amados, mientras en la chimenea se queman los restos del perro. Juan tiene una familia feliz.

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